26 de octubre de 2015

Nos miramos con la timidez de dos almas que se reencuentran después de lo que parece mucho dolor. Andamos inseguros, inciertos, frágiles. Nos tocamos la cara, nos vemos a los ojos, nos tanteamos. Hablamos, como poniéndonos al corriente de todo lo que nos ha pasado en estas semanas. Nos reímos, de nosotros, de ellos, de todos. Y entonces, entre risas que se desvanecen en una sonrisa, nos miramos a los ojos, y es tan instantáneo que no toma mucho tiempo decidirlo. Te extraño, y aunque jamás te lo diré, te necesito. Y aunque sepa que no voy a ningún lado, que lo que viene es peor, que me estoy enredando en todas tus plantas marinas presintiendo que ya no me dejarán ir, te quiero demasiado como para no hacerlo. Te beso con la efervescencia de alguien que quiere volver a intentar lo que no tiene para nada un buen final. Me pierdo en tus ojos azules, y cierro los ojos, y me siento arrasar por ti, como arrasan con las estrellas, y como los rayos arrasan con los cerros, y como el tiempo arrasa con la historia. Te beso, te quiero, y me dejo arrasar. Y somos de nuevo galaxias colisionando. Hay algo bello en la destrucción que siempre me ha atraído. Tú me atraes como a una estrella y sé que eres mi devastación. Entonces te miro, e intento guardarme todo el dolor que hubo y que vendrá para mí, pero parece que reluce en nuestros ojos, en los de ambos, como si no pudiéramos ocultar lo mucho que dolió. Entonces decido hablar, de otra cosa, de cualquier cosa, porque no quiero llegar a preguntarme que somos, si más o menos que antes, me aterra de la peor forma posible. No quiero hablar de razones, ni de porqués. Quiero hablar de piedras, de pasiones, ver brillar tus ojos, acurrucarme en ti, hacerte cariño. Hablamos de lo que podríamos hacer en un futuro cercano, nunca lejano. La nieve, andar en bicicleta, sudar parece hermoso contigo. Y me encanta. Me siento flotando, me paso el día completo contigo y no me importa. Me río y converso, y parecemos incluso mejor que antes, como si estuviéramos claros, seguros. Y estoy segura de algo, que te quiero, y ya deje de importarme. Me cansé de cuidar de mí en exceso. Si me quebrantan los huesos, si me roban el corazón, ya no me importa. Soy masoquista por excelencia. Y ahora mismo, dolor no es exactamente lo que siento, felicidad se asemeja más.

18 de octubre de 2015

Domingos.

Es domingo, y estoy un poco triste.
Usualmente, mis domingos te los dedicaba a ti.
Te estoy echando de menos en este preciso momento,
¿estarás pensando en mí, o estoy tan lejos de ti como al principio?
Me siento un poco perdida, también,
pensando en todo lo que pudimos haber sido,
y que no somos.
Pensé que ya no me dolías,
pero me acabo de dar cuenta, de que estoy tan despedazada como antes.
La diferencia es, que ahora sé como tratar el dolor.
No sé hasta qué punto eso es bueno, pues el dolor no disminuye,
se mantiene, se ignora, se hace como que no está,
pero en días que parecen domingos,
en viernes y sábados donde lo único que hago es verte,
en truenos, lluvias, y estrellas,
resurge quemando todo a su paso,
escociendo ahí donde se botan las lágrimas,
inundando mi garganta hasta sentirla apunto de estallar.

14 de octubre de 2015

Azul

Siento como la sal pica, como el sol pincha, como el mar hiela. Hay olas, olas en todas partes, tirando a todas las direcciones, con mi suerte, solo me llevarían más al fondo. Dejé de escuchar los ruidos de la gente hace rato, pero no desespero. Si lo hago, me hundiré, y estoy disfrutando del silencio del oleaje. Me siento pesada conforme el suelo marino se va alejando más de mí. Pero no desespero, sigo flotando, flotando a donde sea que me quiera llevar el mar. Los ojos los tengo cerrados, porque el sol se ve demasiado cerca, el cielo es demasiado azul, y el único color que tengo alrededor es azul, azul...

Las olas ya han desaparecido, supongo que ya pasé lo peor. Ahora solo queda ese suave balancear que me quema la piel con su sal. Me pregunto si llegaré a algún lugar, o moriré como alimento de alguna criatura marina, atrapada en una hambre o sed demencial. Abro los ojos, y veo esa eternidad azul. ¿Podré quedarme hasta ver como todo se vuelve en noche? No hay nubes, debería ver las estrellas y perderme en esos destellos fugaces.

El frío, ahora mismo, es algo desconocido para mí, pero sé que llegará. No he movido ni un musculo, no he tensado ni un centímetro de mi piel, porque sé que si lo hago, me dolerá como mil agujas ardientes en todas partes. Soy consciente del dolor que debería estar pasando y que no llega, del pánico que debería envolverme como una burbuja salvadora que no está. Escucho mi respiración trabajosa, pero aún así rítmica, eso ahoga todo lo demás, o tal vez, en realidad, no haya ningún otro ruido más que ese.

Miro el cielo crepuscular, con todos esos tonos, esos colores. El azul se convierte en naranjo, y el naranjo se convierte en violeta, y el violeta se convierte en noche. No cierro los ojos y me quedo viendo como iluminan las primeras estrellas, e iluminan azul. Un asfixiante azul, con ese suave balancear, la noche parece azul. No me doy cuenta y me hundo, con los ojos abiertos, el cuerpo sin responder. No me duele nada, no me asfixia nada, pero veo como el aire es exhalado de mí en forma de burbujas, como sigo cayendo hasta el fin, como todo ese azul me consume. No alcancé a ver el universo en su esplendor, ni alcanzaré a ver como los peces y las algas me hacen parte de ese mundo acuático, porque los ojos se me cierran, cansados, ya no los necesito.

Se abren mis párpados, y resulta que el azul asfixiante era el mismo azul de tu pieza.

Y luego, con un sobresalto, despierto en mi pieza. No en una azul, ni acompañada de ti. Sola, rodeada de murallas amarillas, con el corazón saliéndose de mi pecho.

7 de octubre de 2015

Mi corazón, ¿lo tienes tú o se quedó en esa pieza en Pichilemu donde todo terminó? ¿Se te quebró el corazón tanto como a mí cuando te despediste y no me besaste, por primera vez en 5 meses?
Te quiero muchísimo, tanto que se me atora en la garganta y en la punta de los dedos que no quieren soltarte. Y no estoy preparada para ti, para quererte tanto, para darte tanto. Pero quiero que me digas que me necesitas, que me quede, que no me vaya, que no lo estoy pensando bien. Que ahora sí, ahora sí me quieres lo suficiente. Deja de disculparte, deja de aceptarlo, deja de mirar el suelo y decir que está bien.
Intento suprimir las lágrimas porque en ese mismo instante te echo de menos, me tapo la cara con las manos porque no quiero que me veas de esa forma tan patética, llorando por la decisión que yo misma tomé. Intento frenarlo, detener los sollozos, parar las lágrimas, guardarlas en algún rincón de mi cuerpo y que salgan luego, pero me distorsionan, me quebrantan, sucumbo ante su fuerza. Me duele cada parte que estuvo al contacto de tu piel, me duele todo mi organismo, me duele tu falta.
Te odio porque no me llevaste a la nieve como dijiste, ni dormimos toda una noche juntos. Te odio por no alimentar mi esperanza desde el principio y que aún así hubiera florecido. Te odio porque no puedo odiarte y solo puedo sentir que te quiero más con cada recuerdo que llega a mi mente triste. Te odio porque ya no me miras, ya no me siento hermosa. Te odio por las veces en que estuve a punto de llorar en tus brazos y me lo aguanté. Te odio por los te quiero que me mordieron la lengua. Te odio por meterte en mis sueños y nublarlo todo de azul, el mismo azul de tus ojos, el mismo de tu pieza, el mismo del mar profundo en el que intento no hundirme. Te odio porque te necesito. Te odio porque te echo de menos.