24 de noviembre de 2014

¿Qué siento?

Duele.
Me duele en las entrañas el nerviosismo, la tristeza, el cansancio.
Me duele en la punta de los dedos la ansiedad, las ganas de despedazarme el cuerpo inútil.
Quiero quitarme la sonrisa de la cara porque hace daño, hace un daño profundo e irreversible, pero no soy capaz de hacerlo, no en público. O sonrío hasta que se hartan, o me hago pedazos allí mismo, frente a todos esos ojos inquietos por verme caer.
Me siento trastornada, débil, temerosa. La misma sensación de que algo ocurrirá me atormenta ahora, y quiero perder la consciencia para no vivirlo. Se me están cayendo las capas de piel, las uñas rotas y las pestañas quemadas. No resisto esta metamorfosis que duele hasta la médula. Un cambio grande se avecina y lo sé. Pero yo no quiero más cambios.
No soy un gusano, no soy una mariposa, soy un bicho apestoso encaramado a unas ramas, a la espera de que algo pase para salir huyendo. Inyecto rabia en los cuerpos de la gente, les derramo espuma ácida en sus cuerpos perfectos para que se sientan tan mal como yo. Quemados, desfigurados, irreconocibles incluso para ellos mismos.

Los demonios tiran de mis pies y mis manos, tiran de mi cuello mientras me asfixian, tiran del cuchillo clavado hasta lo profundo en mi pencho. Pero no me matan, no mueven nada, dejan todo tal y como está, supurando sangre y pus. Dejando las infecciones recorrerme el cuerpo, haciéndose con cada célula viva, con cada centímetro de sangre bombeada.

Eso... Eso es estar podrida.

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