21 de agosto de 2016

Somos odiosamente frágiles y coordinadas, somos florecitas enredadas que esclarecen y ven caer el atardecer sin saber que aún están juntas. No dejamos de ver el futuro aún sabiendo que está vacío, y no dejamos de sentirnos desesperanzadas apenas creemos que se nos va el amor de los dedos. Nos congelamos en invierno y solo queremos que pase, que se vaya, que deje nuestra nariz infinitamente fría, porque nos dan unas ganas inmensas de soplarnos los deditos y calentarnos a base de puro tacto. Y jamás seré tan universal como lo fui (y aún soy) contigo, ninguna teoría física estará ni cerca de explicar nuestro nivel de conexión, y no me digas que no lo sientes, que no miras el futuro y algo susurra por favor que nos encontremos en otra vida, en otro lugar, en otra promesa, con corazones más estables y cuerpos que nos soporten. Echémonos coca-cola en la piel y amarrémonos flores raras en el pelo y déjame calentarte las manitos otra vez y ya me estoy arrepintiendo porque escribirte siempre termina en añoranza justo en el centro del pecho.

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